Entre la tierra y el cielo
por Cristóbal Solari
cortejo y epinicio
Reedición de Cortejo y Epinicio
David Rosenman
LOM Ediciones


Con Cortejo y Epinicio, Editorial LOM da inicio a la publicación de una serie de obras del poeta chileno radicado en Estados Unidos, David Rosenmann-Taub. La empresa no es menor y puede ser un hito tan importante como difícil de dimensionar para la tradición poética chilena.

Cortejo y Epinicio (1949) es el primer poemario de Rosenmann-Taub, libro que, como todos los de este autor, es ignorado por la mayoría, pero de existencia vagamente conocida. Desde luego, para los poetas de generación, sus compañeros de jornada (Alberto Rubio, Luis Merino Reyes, Antonio de Undurraga, Augusto Iglesias), tuvo un impacto del cual quedan testimonios. Asimismo, la crítica de entonces recogió estos versos con una mezcla de perplejidad y entusiasmo. La reedición de LOM, por lo tanto, nos abre y enfrenta a una poesía cuyo conocimiento no podía demorar más y cuya asimilación, como el propio poeta lo ha señalado, parece situarse en generaciones futuras, pero que reclama una lenta preparación.

Faltaría a la verdad un crítico que pretendiera que estos poemas se ofrecen dócilmente al lector aun más preparado y atento y sensible. Es una poesía de arduo desentrañamiento, porque, quizás, lo primero que haya que afirmarse de ella es lo profundamente concebida que se encuentra en y desde las entrañas de Rosenmann-Taub. Es una poesía en que ese entrañamiento parece ser tal que pudo quedar recluida allí en los penetrales, en las habitaciones más interiores de su alma.

Si Octavio Paz señaló respecto a los poetas americanos que, indios o mestizos, tuvieron que poblar con palabras extrañas, el idioma europeo, la tierra americana, dicha afirmación queda estrecha tratándose del autor de Cortejo y Epinicio: el poeta aquí parece verse forzado a elaborar, a partir del castellano, un lenguaje propio para la creación de su mundo poético, casi como esos grandes físicos que se vieron en la necesidad de elaborar nuevas formas de cálculo matemático para dar cuenta de sus descubrimientos. El lector, pues, no puede sino experimentar una sensación de extranjería al vérselas con poemas que incluso hoy conservan un carácter sobremanera bizarro (en el sentido en que los franceses otorgan a esa palabra).

Quizás por la resistencia que opone su poetizar a encasillárselo en la línea de alguna tradición, por esta su extrema singularidad, a la hora de buscar paralelos (inútiles, por cierto) viene a la memoria la poesía de un Lucio Piccolo o de Gottfried Benn. Su lenguaje es suntuoso, abundante en vocablos de un cultismo exquisito (desde el «epinicio» del título, pasando por «cinéreos», «azacel», «barzales», «embalumo», «gilvos», «escarzo», «corimbos», «esguilaremos», «rijoso», «zupia», «bardal», «estuoso», «atufo», entre tantos), en combinaciones extrañas («los grimorios ganzúan la absoluta palabra», «ñarcas axilas que titila el párpado») e incluso en palabras de su invención («cosmolágrima», «palomasálomaspalomas»).

La musicalidad de su poesía es rigurosa. Sus poemas pueden leerse como una sonata de Beethoven o de Schubert. Sabemos que la interpretación musical deja un espectro de libertad al intérprete, pero está sujeta a reglas. Rosenmann-Taub también establece las propias. Los silencios en el corte de los versos tienen una extensión, los que separan las estrofas, otra. Al interior del verso, la pausa de una «coma» es distinta a la de los «dos puntos» o a la del «guión»; la regularidad de los acentos, las reiteraciones paralelas, la métrica impecable (véanse sonetos como «Itrio» o «Schabat») forman una estructura rítmica en la que nada ha sido dejado al azar. La célebre estampa dedicada a las achiras (XLV), por ejemplo, exige una lectura con una dinámica de aceleración creciente (que casi deja sin aliento), seguida de un breve reposo (dado por una separación) antes de una «coda» explosiva.

Entre las muchas figuras que se utilizan, quizás sea necesario destacar el «oxímoron» (la unión de dos conceptos contradictorios), pero que Rosenmann-Taub despliega en múltiples matices y variables. La tensión no surge así de la conjunción de conceptos meramente antitéticos, sino de un dislocamiento oblicuo que atraviesa versos enteros. Ello se debe, acaso, a que el tema central de estos versos es un diálogo crispado y lacerado del poeta con Dios.

Incluso en los momentos que permiten aflojar la atención que reclama una realidad y un decir de una intensidad extraordinarios, llega el tono de la desesperada invocación que Rosenmann-Taub dirige a Dios, este Dios distraído que cierta vez nos hizo, un Dios vivo (No el cadáver de Dios lo que medito) y, a la vez, «glacial», ante el cual el poeta es incapaz de definirse. La complejidad de esa relación, en la que se traban amor y odio, mutuas recriminaciones y alabanzas, puede encontrarse resumida en el bello y profundo poema XXIV, que se inicia y cierra con el estribillo: Era yo Dios y caminaba sin saberlo. / Eras oh tú, mi huerto, Dios y yo te amaba.

La reedición de Cortejo y Epinicio es ya un acontecimiento poético, más todavía si consideramos lo que sostuvo (o más bien demostró) el poeta Armando Uribe en la presentación del libro: tomando en cuenta las diferencias profundas que presenta en relación con la primera edición, se trata de un nuevo libro.

 

Cristóbal Solari, Entre la tierra y el cielo
En: El Mercurio, (diciembre 2002), Santiago de Chile.