De «Tres Poetas Chilenos»
por Francisco Véjar

Dentro de la diversidad que ha mostrado la poesía chilena en gran parte de este siglo, hay un fenómeno que llama la atención. Esto es, la continuidad de una tradición que abarca, por lo menos, los últimos ochenta años de la poesía escrita en Chile, y es un fenómeno que no se visualiza en otras latitudes donde se ha perdido continuidad. En Chile, la riqueza de la poesía es indudable y por lo mismo, es un tema largo de tratar.

En este breve espacio signado por las palabras, nos detendremos en la obra de tres poetas: David Rosenmann-Taub, Alberto Rubio y Guillermo Trejo. Si bien la obra de cada uno de ellos ha tomado distintos giros, en algún momento recogieron influencias similares. Esto se deja ver tanto en el tratamiento que hacen de la lengua castellana al escribir sus textos, como en la proyección y unidad que presentan sus libros.

Empezaremos estas notas con David Rosenmann (1927), figura mítica y casi desconocida. Entre sus múltiples actividades ha sido profesor de literatura comparada, y gramática española; profesor, además, de piano, armonía y contrapunto. Una beca otorgada por la Oriental Science lo mantiene alejado de Chile y con la posibilidad de seguir publicando sus libros. Entre sus numerosas obras El Adolescente (1941), Cortejo y Epinicio (1949), Los Surcos Inundados (1951), La Enredadera del Júbilo (1952), Los Despojos del Sol (1976), El Cielo en la Fuente (1977), entre otras.

En Trilce (Poesía chilena, 1960-1965), Armando Uribe Arce presenta la poesía de David Rosenmann-Taub: «¿Cuál es el secreto de este poeta cuyas contradicciones profundas se desarrollan en la profundidad, y que ofrece una superficie más pulida que la de ningún otro poeta chileno, una sabiduría del verbo y el sustantivo y una agilidad del adjetivo que ninguno iguala? Él dice en un poema de este cuaderno: "engéndrame otra vez a mí", ¿se ha creado él mismo? Tal vez sí. Su primer, Cortejo y Epinicio, fue seguramente la mayor revelación de la década del 50, aun cuando en realidad su colofón explica que fue publicado el 20 de diciembre de 1949. Sus LXVII poemas incluyen algunos escritos cuando el autor tenía once o doce años, y demuestran la misma prodigiosa perfección formal, la conciencia de saber lo que se dice y por qué se lo dice: la plena maestría de un adulto».

En una entrevista concedida a Malú Sierra, David Rosenmann nos habla del poeta como vate, en el sentido del anuncio, de la profecía: «Cuando la poesía contiene un elemento de conocimiento que va más allá del conocimiento inmediato, donde a través de la voz del poeta está hablando la totalidad del ser humano, se dice vate». Después sostiene: «El autor no importa nada; lo que importa es la obra. Usted, como yo, en un tiempo más vamos a ser cenizas. Pero lo que hagamos de nosotros mismos, la verdad de nosotros mismos (si hemos sido capaces de seguirla), es lo único que va a perdurar».

Según David Rosenmann, toda la vida es un camino, pero la mayor parte es un camino equivocado o un callejón sin salida. Se trata de encontrar el propio camino. Así como cada individuo tiene sus huellas digitales, también tiene su vía. La única.

En uno de sus poemas más notables sostiene:



   Cómo me gustaría jamás haber nacido,
libre de lo de ayer, jamás haber nacido,
dejar correr el tiempo, jamás haber nacido.

   Cómo me gustaría lograr morirme ahora,
libre de lo de ayer, lograr morirme ahora,
dejar correr el tiempo, lograr morirme ahora.

   Cómo me gustaría rodar por el vacío,
libre de lo de ayer, rodar por el vacío,
dejar correr el tiempo, rodar por el vacío.

   Cómo me gustaría ser el cero del polvo,
libre de lo de ayer, ser el cero del polvo,
dejar correr el tiempo, ser el cero del polvo.

   Para no recordarme, para no volver nunca,
Dios mío, yo creyera en ti para no ser...

   Y yo qué sino el hijo -ardiendo- de la muerte.
Oh madre, te preocupas por tu doliente hijo
y lo arrastras al sueño tan candorosamente

   que duele tu candor como puro alarido,
que duele tu descanso como uñas despiertas...

[Extracto del poema «Ciénaga».]                



Poesía misteriosa y desgarrada, donde hay constantes referencias a la muerte, al dolor e incluso a la desesperación, partiendo desde lo cotidiano.

La presencia de Dios:


Entre el ropero y el lecho, Dios me mira.
Debo callar.


Búsqueda y reflexión:


¿Por qué me desnudo? ¿Por qué me aproximo?
¿Por qué, reteniendo las lágrimas y la sangre, escribo esto?


[Los Despojos del Sol, Ananda Primera, poemas «VII» y «IV».]                


Alone, en su tiempo, lo vio como un precursor capaz de sacudir la rutina de veinte o treinta años. Se ha dicho que la poesía de David Rosenmann-Taub es, ante todo, hermética y oscura, pero me atrevería a afirmar, junto con Hernán del Solar, que, «La poesía llamada hermética, lo hemos comprobado muy a menudo, se abre una vez que la forzamos y nos habla entonces, con toda claridad».

En prosa, he vivido dos experiencias que se subentienden: Los Evangelios de Cristo y los primeros tomos de Proust. Los Evangelios, en la traducción de Cipriano de Valera: «lo mejor de la literatura española: en cada uno de los párrafos, el castellano depurado al máximo». «No me he encontrado en ningún escrito. Por eso he escrito». Si bien es reacio a aceptar influencias de otros escritores, creemos que en algún momento su voz se puede emparentar con la del poeta alemán Friedrich Hölderlin.

Para algunos es una invención y para otros como Kenneth Douglas de la Universidad de Yale, uno de los más grandes poetas de todos los tiempos. Es un mito viviente, David Rosenmann-Taub, quien ha publicado gran parte de su obra fuera del país. En Chile no se encuentran sus libros.


Buscan el agua los peces.
Los hombres buscan la luz.


Esperamos que sus poemas sigan por el laberinto del tiempo en busca de la luz.

 

Francisco Véjar, De «Tres Poetas Chilenos»
En: El Mercurio, (abril 1998).