Pedro Gandolfo, David Rosenmann-Taub
por Pedro Gandolfo

Auge es el séptimo título que el poeta chileno, radicado ya por largo tiempo en Estados Unidos, publica en los últimos años. Reúne 62 poemas con una unidad formal bastante clara. En general son poemas cortos, con una métrica breve, marcados por un ritmo en constante aceleración y ascenso o bien por abruptas detenciones estáticas. Para lograr estos efectos, Rosenmann-Taub recurre con frecuencia a los «dos puntos», que los emplea con gran maestría como verdaderos atajos semánticos, sonoros y gráficos: los versos se precipitan o son lanzados en una suerte de disparos en los cuales el poeta ahorra el máximo de recursos. Hay poemas -varios- construidos sin ningún artículo, comprimidos y densificados con pulcritud, como si se tratasen de versos latinos. Por ejemplo, el poema XLIV, denominado «ductivo»: «Moho: / letargo. / Cosmos: / parásito».

Otro recurso que se emplea en todo el poemario son las comillas para indicar un diálogo o conversación dentro del poema. El poeta, en Auge, está permanentemente haciendo preguntas, conversando, relatando, en tono bastante coloquial e, incluso, sarcástico. ¿Con quién se da este diálogo? No podemos estar seguros, es parte del enigma, pero a veces la charla parece entablarse con Dios o con el mismo poeta: «¿Tú, cuerpo: un enemigo?» / «Te deshaces»./ Me recosté para luchar conmigo: / Mustia morosidad. Me alcé: «Las paces».

Sabemos que el proyecto completo de Rosenmann-Taub está atravesado por el imperativo de dejar en evidencia el máximo de las posibilidades sonoras de la poesía, aproximándola de este modo a la música. Podría decirse que para él, en la poesía, la forma, el contenido y el espíritu de la obra, todos inescindibles, son captados por el oído. La empresa racional, la empresa de desentrañar el verbo, el significado, se la encomienda, o mejor dicho, se centra en el oído. El ritmo, los silencios, las rimas externas e internas, los quiebres métricos, las modificaciones en la prosodia, las aliteraciones y demás figuras que apelan a la construcción controlada de una musicalidad son esenciales en la lectura de esta obra.

En este empeño Auge es un libro extremo. Nos encontramos, pues, ante un libro extremo cuyo autor es poeta de extremos en el sentido de que «cualquier palabra pronunciada requiere de algún tipo de continuación, lo pronunciado nunca es el fin, sino el extremo del habla». El esfuerzo de Rosenmann-Taub por la negación de todo lo superfluo coloca los versos en el límite de la inteligibilidad. Se trata de querer liberar al lenguaje poético, desesperadamente, de su propia masa y de las leyes de gravedad, de modo que el tema se desmenuza y salpica cuando choca con las pausas, las rimas o las imágenes.

El recorrido de un creador que pone en obra esta poética, de manera implacable, no puede ser sino solitario y a menudo incomprendido. En la tradición poética del siglo pasado se dan precedentes de poetas que incursionaron en búsquedas semejantes (Mallarmé, Benn, Mandelstam) y las incomprensiones y malentendidos también son análogos. Auge, en griego antiguo, significa, «luz brillante», brillo que refleja un estar vivo, un nacer, pero que también puede enceguecer. Es el riesgo de poetizar en las extremidades del habla. Rosenmann-Taub nos coloca deliberadamente en esa zona liminar. Casi al final del libro incluye un bellísimo poema, que por su calma y equilibrio, parece indicarnos las otras opciones que están a su mano pero que él nos substrae: «En el náufrago día de mi nave más bella / me encaramé sobre su mastelero / para mirar el mar. / No había mar: no había ni su huella: / no había ni el vacío dese día postrero / sólo había mirar. / Miré el mirar del navegar que espero».

La lectura de este poemario es, así, ardua e impone un leer y releer para que quizás avenga al final ese «Entonces comprendí» con el cual se cierra este libro.

 

Pedro Gandolfo, David Rosenmann-Taub: Un enigma poético
En: El Mercurio. Revista de Libros, núm. 942 (27 de mayo de 2007).