El cielo en la fuente
La mañana eterna
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Santiago: LOM Ediciones, 2004.

 

 

 

VI


Encontró los ciruelos —temblaban—:
no usurpó qué alcanzar —bajo cuál brisa?—.
Quizá descubriré mi sangre,
quiza la pulpa
de nieve
que no he logrado jamás raer.
Prefirió acariciar un caballo.
Como dos, a horcajadas, o tres,
O dos,
cabalgaré, cendal deslizamiento,
por veinte siglos y veinte mañanas.

Los párpados
huyeron del caballo. La inminencia
aguijó, restalló.
Este barco me lleva.
— ¿Adónde—dijo el caballo
te lleva ese barco?
Este barco no te lleva.
Yo me llevo.

David Rosenmann-Taub. El cielo en la fuente / La mañana eterna.
Santiago de Chile: LOM ediciones, 2004.