XIV
En el peine de ater titilaba un cadejo
Tu madre
se peinaría
con ese peine.
Mi trenza izquierda.
De mi madre no. Mi madre, ciega, en la ciudad.
No soportas.
No cambias. Te inauguras.
Te caleces, soñando
con ese peine.
De veras, mi trenza derecha.
Penumbra. Cuello. ¿Me aguardas?
Devuélveme ese cadejo.
Madre, dice que le devuelva un cadejo,
y el peine no era mío,
y el cadejo, intacto, no es cadejo,
sino la sombra de las clavellinas,
que me contempla desde que nací.
Jesusa hirió la sombra
y hundió en el corazón una floresta maciza cual la rosa que desposé en la noche.
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