CONTINUO ÉXTASIS
XXIV
Era yo Dios y caminaba sin saberlo.
Eras oh tú, mi huerto, Dios y yo te amaba.
Qué de azotar las cúpulas, nombrándote;
sin lazarillo, tantos territorios,
zanjándote; implorándote, glacial
sol de rencor hacia tus tempestades:
¿te escondes? ¿o me escondo,
celando tus sandalias,
en largos funerales?
Con los sollozos de mi vastedad
qué de azotar las cúpulas, nombrándote.
Era yo Dios y caminaba sin saberlo.
Eras oh tú, mi huerto, Dios y yo te amaba.
|