Cortejo y Epinicio.
Santiago: LOM Ediciones, 2002.

 

 

 

SADISMO

 

XXXIX
GOLGOTA


1

¡Yo fui! ¡Yo fui! Lo saben la clámide y la hiel,
la caña y el mazuelo. ¡Yo fui! ¡Yo fui! Lo saben
tus manos y tus pies.

Sí, Mesías, ahora, rumí, crucificándote,
amo mi pesadilla. No se perdona al mar:
no intentes perdonarme.

Mis venas, de veneno, aldabas de orfandad,
porque desaparecen y por crucificadas,
te crucificarán.

 

2

Tanto marjal de odio es demasiado:
entra, Cristo, a mi alma.
Tanto rojo vinagre es demasiado:
despedázala.

Entra como varón,
segando mis latebras: con tridente
haz solfatara el corazón,
hazme cobarde, no valiente.

Tijeretea y más tijeretea
las opulencias de eslabones:
más desafiante y más perpetua
mi huesa nunca recoge noche.

Para que rompas, te doy ira;
para que hables, te doy voz;
tijeretea y más tijeretea,
tijeretéame el corazón.

Alumbra, ciego, acrece, acrece:
yesca pupilas de Jacob;
para que rompas, te doy ira;
para que hables, te doy voz.

Para que vivas, te doy sangre;
sangre te doy, para que mueras:
tijeretea bóveda y torrente,
tijeretea y más tijeretea.

Soterrado, no resucites:
manaré por los cien costados.
Muérete azul, que muero azul;
baja del médano, que estoy bajando.

Cristo, si niegas lo que niego,
guarden tus llagas al llagado.
¡Por tu costado manaré!:
vive muriéndote en mis palios.

La escarpadura se agiganta:
mis empeines bregan clavados;
Cristo, tu luz, sin luz, naufraga;
Cristo, los dos vamos soñándonos.

Óyeme, Cristo: soy tu oído.
Mira la cruz: soy el crucificado.
Soy tu lengua - mudo que habla -,
soy tu lengua y te estoy hablando.

Mírame, Cristo, cuánto sangro;
mírame: el cielo es casi humano;
glorioso fruto de la sombra, mírame
párpado a parpado.

Me llevas dentro de tus ojos,
espejismo de agobio ufano:
mirándote me transfiguro,
¡mirándome te estás mirando!

Nos abrigan mezquinas rocas
simuladoras de escudaño:
anonadadas ambicionan
que arrebujemos su jirón de lábaros.

Tu madre sube de rodillas
el médano que ya has bajado;
mi madre - secesión - como tu madre:
somos, los dos, hijos del llanto.

Lloro: tus 1agrimas despiertan
en mis mejillas espina y clavo.
Cristo, si niegas lo que niego,
niégame amante, niégame hermano.

Tu reino, apenas, cicatriz
de belfo cercenado.
Lloras: mis lágrimas arraigan
en tus mejillas de coágulo.

No te rezagues: avancemos
al mismo paso tumefacto:
sólo un camino hay en la tierra
y ese camino nos está esperando.

Cristo, abrázame, nadal estiércol:
aquí, de par en par, te abrazo:
hemos de ir así hasta el fin,
aunque encontrarlo sea no encontrarlo.

Aquí, sin brazos, sin alero,
aquí avancemos abrazados.
¿Que te desangras? Yo también
voy desangrándome a destajo.

Ambos jamás vimos la gleba,
ambos jamás apisonamos
arredramientos de belenes bueyes
que los hisopos desgastaron.

Empezaremos a melgar
con los quijales por arados:
barbecho nuestro de propicio ayuno
de letargo.

Avancemos por el presente,
siempre desnudos, pero enlutados:
por eso acechan zarzas de oprobio
con jrein fingido en cribas de soslayo.

Acrece, ciego, alumbra, alumbra,
verbo de aljófar, párpado a párpado:
suave, abertal, tu ceño mío
nos ungirá con desamparo.

Por eso el viento engavia uñas,
disgregándonos, desangrándonos.
Tijeretea y más tijeretea:
somos, los dos, tijereteados.

Avancemos por el futuro
- negras arenas, negro peñasco -,
irrumpiéndonos, docilidad,
la peripecia mientras el hartazgo.

No te rezagues: avancemos
hacia el delta de los milagros:
¡sólo un camino hay en la tierra
y ese camino nos está esperando!

Allá se alza famélica la cruz,
allá van a crucificarnos:
cibera: ciar de molicies atroces
sobre los firmamentos apagados.

David Rosenmann-Taub. Cortejo y Epinicio
Santiago de Chile: LOM ediciones, 2002.