Cortejo y Epinicio.
Santiago: Cruz del Sur, 1949.

 

 

XII

ELEGÍA Y KADISCH

 

Ay si te pudiera volver a ver, y te saludara y
aun no me diera cuenta. ¡Oh! cogería tus manos, te
miraría largo, y a lo mejor –es muy posible- es-
taría mirando hacia otro lado mientras hablas,
pero sabría que estabas ahí de donde venía tu voz.
Quizá fuera más dichoso ti te viera cruzar la
calle y estuviera seguro de que eras tú.
Ay si te pudiera volver a ver: alto, lente parados,
con modales enérgicos y suave amaño, diciéndome
que en esta rada de hijos dormidos lo que yo hacía
no era lo justo, que todo seguía igual, que tú no
estás bajo las losas. Y entonces este poema no ten-
dría sentido. Pero el cielo es de otra manera, y
aquel sábado se habría detenido.
Ay.
Ay si te pudiera volver a ver.

.
.   
   .

No me dejes, oh tú Dios mío, decir Kadisch.
                              Grítales que el polvo que araña
hasta las últimas vetas de mi vida está pidiendo
pasgar el Misterio.
                              Grítales que mi garganta es
un remolino, que no puedo hablar si quiera por ti.
No me dejes, oh tú Dios mío, decir Kadisch.
                              Que ellos derramen las plu-
millas de la paz con sus adormideras.
(Las palabras serán mansas de desgarraduras)
Me embarga la memoria del ido, me zumba por
siglos el afluente más grato.
No me dejes, oh tú Dios mío, decir Kadisch.
                              Oh no, Dios mío, nunca,
por esa sangre que ahí existe reseca y me encierra en
esto que no es sino una atormentada oración.

David Rosenmann-Taub. Cortejo y epinicio.
Santiago de Chile: Cruz del Sur, 1949, p. 44.