Cortejo y Epinicio.
Santiago: Cruz del Sur, 1949.

 

 

SADISMO

 

XXXIII
GOLGOTA

1

Prólogo

A toda hora, Jesús, te están crucificando.
Sí, Mesías, ahora, te están crucificando.

Ellos son como yo: y tú me has conocido.
Sus vidas son sedientas arenas movedizas.
Expiran, pero aúllan. Aúllan, pero lloran.
Porque desaparecen son venas de veneno.

¡Si por crucificados te están crucificando!

Ellos no cambiarán: aman la pesadilla
de ser hombres. Se entienden en la herida y el daño.

Para qué perdonarlos: no se perdona al trigo.
Es convulso aletazo el transcurso del hombre.

A toda hora, Jesús, te estoy crucificando,
te están crucificando,
¡te crucificarán!

2

Camino

Entra, Cristo, a mi alma humanamente
y despedázala:
tanta médula de odio es demasiado,
tanto rojo vinagre es demasiado,
tanta horca de ala es demasiado.

Entra como varón, humanamente
segando mis entrañas: con tridente
haz lava y lava el corazón,
hazme cobarde, no valiente.

Tijeretea y más tijeretea:
yo te diré, Cristo, que sigas,
porque aunque sigas eternamente
nunca mi cuerpo en noche albea.

Para que rompas, te doy ira;
para que hables, te doy voz;
tijeterea y más tijeretea,
tijeretéame el corazón.

Alumbra, ciego, crece, crece:
gasta pupilas de Jacob;
para que rompas, te doy ira:
para que hables, te doy voz.

Para que vivas, te doy sangre,
sangre te doy para que mueras,
tijeretea pétalo y estambre,
tijeretea y más tijeretea.

Yo manaré por cien costados,
yo manaré por tu costado;
no resucites, enterrado:
vive muriéndote en mis párpados.

Muérete azul, que muero azul;
baja del monte, que estoy bajando.
Cristo, si sabes lo que sé,
guarda en tus llagas al llagado.

Cristo, yo voy bajando el monte;
Cristo, mis pies están clavados;
Cristo, la luz, la luz naufraga;
Cristo, los dos vamos soñando.

Mírame, Cristo, estoy sangrando;
mírame: el cielo es casi humano;
mírame, fruto de la sombra;
mírame párpado a párpado.

Te tengo dentro de los ojos,
me tienes dentro de los ojos,
y yo mirándote me estoy mirando,
¡y tú mirándome te estás mirando!

Yo soy tu lengua, mudo que habla,
yo soy tu lengua y te estoy hablando:
óyeme, Cristo, yo soy tu oído;
mira la cruz: soy el crucificado.

Tijeretea y más tijeretea:
somos dos tijereteados:
tu vientre es mío: estamos solos:
los dos cogiéndonos desamparados.

Tu madre viene de rodillas
subiendo el monte que tú ya has bajado;
mi madre está como tu madre:
somos, los dos, hijos del llanto.

Lloras: mis lágrimas resbalan
por tus mejillas de sonámbulo.
Lloro: y tus lágrimas resbalan
por mis mejillas, despertándome.

Algunas rocas nos abrigan,
pero es mentira su regazo:
lo que quieren esas rocas
es que abriguemos su desamparo.

No te quedes atrás, avancemos
juntos los dos al mismo paso:
sólo un camino hay en la tierra
y ese camino nos está esperando.

Ese camino es el letargo
y a ese camino hay que atravesarlo.
No te quejes si vas sangrando:
yo también voy desangrándome.

Y así iremos hasta el fin,
aunque el fin sea no hallarlo.
Cristo, abrázame: estamos solos:
aquí, desnudo, yo te abrazo:

aquí, sin brazos, sin alero,
aquí avancemos abrazados:
avancemos por el presente,
desnudos siempre, pero enlutados;

avancemos por el futuro:
negro peñasco, negro peñasco,
y abracémonos, abracémonos:
nunca vivimos el pasado,

los dos jamás vimos la tierra,
los dos jamás hemos andado:
el hacia atrás es un harapo
que el mar acaso ha desgastado;

empezamos a hacer surcos,
no conocemos los arados:
por eso se abren silenciosos
estos senderos enzarzados,
por eso el viento tiene uñas,
por eso vamos desangrándonos.

Allá están armando la cruz,
allá van a crucificarnos:
no te quedes atrás, avancemos
juntos los dos al mismo paso:
¡sólo un camino hay en la tierra
y ese camino nos está esperando!

David Rosenmann-Taub. Cortejo y epinicio.
Santiago de Chile: Cruz del Sur, 1949, p. 84.