El mensajero.
Santiago: LOM Ediciones, 2003.

 

 

 

BESOS


LXVI
VERAEFIGIES


Mi desayuno: sangre.
Un cuajarón de sangre: la jalea.
Lidia, rojo, el mantel. Amenazante,
la tacaña arpillera del sillón

se eriza. Mis hermanos se restriegan,
cebándose los lóbulos, hartándose.
Lujuriosas, las venas del parrón:
el crúor las posee: corto un vástago:

su placer alardea empalizadas.
Salgo a la calle: los dinteles, rojos.
La vecina de enfrente se extasía,

isla de pulcritudes, escupiendo
su tísica saliva. Las veredas:
escaldaduras: cáfilas hurañas,

chorreantes. Los tranvías triscan, rojos.
Encías brutas: chapoteo sangre.
Un amigo, bufando, enrojecido,
me saluda.

En una roja lonja pido sangre.
Allá, en la plaza, enrojecidos niños
juegan con la mañana enrojecida.
¡Chirlo! ¡Abyecto milagro

leal! ¡Zozobra, día, luego, luego!
Y la roja gotera
rasga bostezos rojos.

Los párpados, candentes, de la tarde
se han cerrado, por fin. Por fin, regreso.
Herbazal de la cólera.

Rojos, los bamboleos de la luna.
Bóveda, levadura purpurina,
las acacias, de sangre hinchen penachos.
Canta el parterre su conflagración:

aorta. En el acuario, un pez, sangriento:
rígida sombra roja.
El cielo: la cabeza
de un quejido: cernícalos: terror.

En mi cuarto, sangriento, el suelo oscila
sus vapores de sangre. En los retratos,
dardos, rojos los ojos, mis abuelos.

En sábanas sangrientas me revuelco.
Por el postigo, rutilar de sangre.
Y estoy durmiéndome en un sueño rojo.

David Rosenmann-Taub. El mensajero.
Santiago de Chile: LOM ediciones, 2003, pp. 95-96.