El mensajero.
Santiago: LOM Ediciones, 2003.

 

 

 

BESOS


LXVIII
DEL ASESINO


Ogros. Birretes. Palcos
de chaya. Sismos. Luces de bengala.
Cárcavas. Bucles. Arlequines. Sapos.
Bocinas. Onomancias.

Volutas de cerveza. Trinos. Ganglios.
Odaliscas decrépitas. Canastas.
Violín de quiltros. Rehilanderas. Párvulos.
Caballos. Proyectiles. La fanfarria

trituraba tableros.
Fumaba el pasto. El hontanar plañía.
Descarrilaba el tren de las estrellas.

La luna - un antifaz - te había puesto
sortijas de lascivia.
Tus nervios, sémola de mi conciencia,

los añicos bordaban.
Te impelí por el vértigo
con mis delgados obstruidos hierros.
Apuré el ascua acial, la cataplasma,

la frenética vaina
mía ya tuya, el abedul guerrero,
las vegas de estupor y contubernio,
la protesta de alhajas.

Perifollos,
tus ojos, estridentes, numerosos,
sofocaban el ruido de la noche.

Con regalo de tiznes te oliscaba
el parque. Un ángel, en cimeras zarzas,
se masturbaba con los ruiseñores.

Rugiste: necio cirio:
mercantiles cristales
aprensivos,
moliéndose: los alpes

del fastidio
bruñeron, acicates,
tus oficios,
tu cencerro vinagre,

tus infalibles dalias,
tu reptil:
los cúmulos de hazañas,

fraudulentos.
Y, abisal, me encontré - berenjenín –
con tus dedos atados a mi cuello.

David Rosenmann-Taub. El mensajero.
Santiago de Chile: LOM ediciones, 2003, pp. 98-99.