XXXIV
Yo, eligiendo aceptar
lacia decrepitud en el museo
del arroyo invisible,
pertenezco, fachoso, a la famosa
Sociedad
de Pimpollos Poetas.
Nupcial, entre mis muelas,
la ceremonia sorda
— los abuelos de Abel —:
«Tenemos el horror de recibirte.»
La noche, desdentada,
me suprime.
¡Benditos! El empeño,
para quedarse quieto, echa a correr.
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